El sudor se acumula en mis ojos. Hemos pedaleando por más de 140km y el hambre es feroz. Hemos terminando el día en medio del calor abrasador de la 1pm y estamos sentados en una mesa chiquita detrás de un puesto de comida y por enésima vez, estoy limpiándome el sudor de la cara con mis mangas. El sol es una plancha de hierro ardiendo que presiona nuestra piel hasta convertirla en cuero, pero eso no es todo. Estoy comiendo mi tercera porción en mi nuevo puesta de comida favorito y la mezcla de jengibre crudo, jugo de limón fresco y chiles hace mi cara sudar como un queso sudoroso bajo el sol. Hoy extraño la nieve.

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Estoy viendo a Ceci que me esta viendo a mi. Nuestras caras están fruncidas. Y el sentimiento es tan intenso que nos doblamos para soportarlo. Ambos sabemos que no tenemos otra opción. En algún lugar de la base de la segunda montaña del día nos quedamos sin agua y sin comida. Las subidas están tan empinadas que nuestra rueda delantera verdaderamente se levanta del pavimento, amenazando con tirarnos de nuestras bicis. Hacer zigzags a través de la carretera para romper la inclinación se ha vuelto una práctica común, y también el empujar y jalar de nuestros manubrios como si quisiéramos literalmente escalar la montaña. Me apresuro con todas mis energías. Puedo adelantarme, tirar mis alforjas en la cima de la montaña, pedalear de bajada otra vez, poner las alforjas de Ceci en mi bici y juntos morimos en la subida. En la cima, re-arreglamos nuestra carga, Ceci tiene la desdicha de preguntarme: “No te sobra algo de comida ¿o si?” Bueno, la respuesta no es exactamente no. Hace 300 kilómetros, en un pequeño pueblito en la cima de la montaña, compré unos dulces con una envoltura con dos caras diciendo “Ooh Good!” “Ooh Good!” Y ahora, desesperados por cualquier fuente de energía que pudimos encontrar, y descubrimos dolorosamente que las caras del paquete realmente estaban diciendo “Ooh God!” “Ooh God!” Y luchamos contra una acidez tan ácida que te cocina la lengua y hace tus encías retrocedan unos buenos centímetros!
Cuando regresamos a nuestras bicis, no podemos decir porque estamos sudando. “Dios espero que estas cosas no sean libres de azúcar”, digo, pero no nos reímos.

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El pueblo de Huay Xai, Laos es literalmente piedras aventadas de Chiang Khong, Tailandia a través del río Mekong. Mientras cruzamos la frontera, Ceci y yo sentimos que hemos viajado adelante en el tiempo al menos 30-40 años. Nos hemos acostumbrado tanto al Laos rural, sus pueblos escondidos en la montaña, sus estrechos largos de carreteras vacías en medio de la selva, sus vastos arrozales ondeando lentamente con el viento; que hace que el pasillo de chocolates del Seven Eleven a las 9pm bajo las cegadoras luces neón se sientan como aceptar que una raza alienígena te ha transportado a su nave espacial para estudiar los efectos del exceso de estímulos en un ser humano primitivo. Los siguientes días se sienten tan enajenantes como el primero. Pedaleando en el lado izquierdo de la carretera, tráfico y atascos, un nuevo idioma y nueva moneda, acotamientos espaciosos y carreteras planas en perfecto estado, comida rápida y supermercados y conveniencia en la esquina de cada calle… Y la comida! De pronto la salsa de pescado es una delicia y explorar los menús de comida ya no es una misión peligrosa! Bueno, como todo lo hacemos como un equipo, lo vivimos en exceso total, fijado nuestras nuevas fronteras y pronto estamos totalmente sumergidos en este nuevo capitulo de nuestras aventuras!

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Psst. Que? El dormitorio apesta y mis sábanas están llenas de chinches ¿puedo dormir en tu cama? La cama militar cubierta de vinil tiene aproximadamente 50cm de ancho. Si, claro. Estamos en un hostal que hemos bautizado cariñosamente como “La cárcel” en un pueblo invadido por turistas donde es más fácil conseguir un bistec Americano y una cerveza Europea que un Pad Thai o un calamar en un palito. Es nuestro primer shock cultural del viaje pero no viene de la cultura correcta. El turismo irresponsable es una fuerza destructiva, y en mi mente, es la amenaza más significativa de países en desarrollo. Cada dólar gastado aquí es un voto a favor de lo que estás comprando. Y en Tailandia los turistas están votando (por ignorancia o por pura indiferencia) por la tortura de animales, las empresas multinacionales, los bares, la prostitución, la producción de basura, la contaminación del aire y del agua, la venta de la cultura y los recursos naturales, y así sucesivamente. El valor monetario es la antítesis del verdadero valor, y presenciar su erosión con el tiempo es una experiencia dolorosa. Y aunque hemos viajado en bicicleta, y nos preguntamos y revisamos frecuentemente el rol que jugamos en este fenómeno, es imposible disociarnos completamente del proceso destructivo, o lavar la culpa cultural de la propagación de la religión de la monetización. Me imagino que pasamos tanto tiempo en la Tailandia rural que duele verla dominada por olas y olas de aquellos que buscan un escape hedonístico de la vida, y transformarla al punto de ser irreconocible. Casi como ver a alguien que has llegado a querer, caer en una fase autodestructiva de malas decisiones, malas compañías, alcohol, consumo de drogas, sexo, consumismo y adoración ciega de ideales vacíos. Y luego ver impotentes como se aprovechan de ella.
Nunca antes nuestra decisión de viajar en bici se sintió tan apropiada, solo eso nos da tanto tiempo libre durante el día para internalizar, reflexionar, y hacer nuestra paz con las maneras del mundo.

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Creo que quiero Sushi, un poco de Pad Thai, dos panecitos de arroz con relleno de frijol dulce, una bolsa de castañas, una brocheta de pollo, dos bolas de helado japonés, una ensalada en una bolsa, un arroz pegajoso con mango, una bolsa de Chom Pôo (manzana rosa) una de Ngór (Rambután), y un agua de coco para bajar la comida. Llegamos a Chiang Mai hambrientos y cansados. El hecho de que comemos mucha comida en un día no es nuevo para nadie. Pero en Chiang Mai las cosas llegaron completamente a otro nivel. Los fines de semana, la ciudad entera se transforma en una gigante mezcla heterogénea de cosas, y bueno, de alguna manera perdimos el control por un momento. Todo lo que es posible de imaginar se vende aquí en un palito y/o en forma de una bola: bolas de helado, bolas de pescado, bolas de carne, bolas de arroz, bolas de huevo, calamar en un palito, donas en un palito, 1kg de pescado en un palito… También experimentamos nuestro primer masaje Thai en un lugar que contrata solamente mujeres ex-convictas, con todas sus posturas raras, gestos dinámicos y el tipo de manejo rudo y salvaje que debería reservarse únicamente a figuras elásticas de Bugs Bunny o Plastilina. De todas maneras se sintió increíble, aunque hasta este día todavía me pregunto si leímos mal y en realidad nos inscribimos accidentalmente a un curso intensivo de Muay Thay. Ouch!
De muchas maneras, nos encontramos como perfecto reflejo de lo que experimentamos en Chiang Mai: bolas raras pegajosas que disfrutan el sufrimiento dinámico y una gran cantidad de comida!

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Son las 7am. Estamos sentados en un pequeño café en el Parque Nacional Khao Yai tomando cocoa caliente y compartiendo una rebanada de pastel de chocolate con almendras para desayunar. En las copas de los árboles algunos gibones brincan sin miedo de rama en rama y escuchamos su canción melancólica con una fascinación silenciosa. Despertarte temprano en Khao Yai es comparable a remar en un lago claro al amanecer, pasando a través de la neblina, atento a cada susurro de plumas, cada rama que se rompe, cada llamado, canción y silbido en la jungla que nos rodea. Durante el día caminamos, en la tarde leemos nuestros libros arriba en la torre de observación y en la noche volvemos a nuestra pequeña aldea Thai de casitas de campaña que ha engullido la zona de campamento del parque el fin de semana. Entre la comunidad Thai cocinando en sus pequeños fuegos, los macacos tratando de arrebatar su parte, el venado del tamaño de un moose tomando la siesta a la sombra de los árboles, y los miles de sapos que croan, no podríamos haber pedido una noche de insomnio más rica culturalmente!

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Nos hemos vuelto un poco salvajes con los días , semanas y meses de nuestro viaje. Comemos y dormimos a horas raras y no socializamos mucho! Con el tiempo desarrollamos nuestro tipo de atracciones turísticas: un buen baño, un restaurante que sirve porciones generosas, un lugar para tomar el viento, un puesto de fruta bien situado, un pueblito para convertirnos locales por una noche o dos, o a veces solo una mirada de incredulidad al vernos pasar en nuestras bicis. Estamos seguros en decir que hemos afinado con éxito nuestro proceso con muchos pequeños detalles y que el equipo que salió de México hace casi 3 meses hubiera estado muy orgulloso de lo que hemos logrado. Las aventuras que hemos tenido se han elevado kilómetros sobre nuestras expectativas más locas y esperamos con ansias las muchas más que vienen!
Adiós hermosa Tailandia! Y muchas gracias desde el fondo de nuestros corazones.
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Ahora tiempo de pedalear Malasia!